Milena, mujer mendicante,
en la puerta de la iglesia
con una mano suplicas,
con la otra sujetas una criatura
adosada a tu cadera.
Los harapos, bien repartidos
entre ambos.
Y siempre llorando.
Las ocho horas.
Mientras duran las plegarias
Y más alto cuando terminan.
En funerales y bautizos
Llora el niño,
El llanto más inútil,
el que por monedas se intercambia.
Milena, pedigüeña de oficio,
a la puerta de la iglesia
escondes la mano bajo los andrajos
y pellizcas al falso hijo que cargas
y le clavas tus uñas sucias
para que se oigan claros sus lloros.
Por horas o por días.
Se alquila.
Cuando termina el contrato
lo devuelves
cubierto de costra y de heridas.
Lo devuelves
sin importarte
si tiene suerte,
si tiene hambre,
si tiene madre.
miércoles, 30 de diciembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario