miércoles, 30 de diciembre de 2009

Asun

Asun, alguien te dijo que podrías pagarte así el vicio.
Lo creíste a pies juntillas
y desde entonces trabajas
subida en una caja,
casi bien maquillada.
Tratas de no parpadear,
de no moverte
y casi lo consigues.

Ridículamente quieta.
Ridículamente mal vestida de blanco, sucio y roto.

Necesitas más de unas monedas,
muchas, para que el sudor y las náuseas
no te arrastren al infierno.
Necesitas polvo que te calme,
que te lleve de viaje,
un viaje largo.

Es dramática tu imagen,
la pintura no esconde
los ojos de cartón
ni los agujeros del cuello y de los brazos.
Y no te das cuenta que llueve con frecuencia
y que tu aspecto se convierte en algo más que grotesco,
izada en el pedestal mientras los temblores aumentan.

No te das cuenta de nada,
sólo piensas que el sombrero no se llena,
que el corazón revienta,
que lloras y bostezas
y continúas sobre la plataforma
sin sentir el agua.

Asun, hoy no pudiste pagarte el vicio
con tu trabajo decente,
a duras penas recoges los bártulos
y marchas a buscar quien te compre la dosis.

Dosis que cobraran, seguro,
en especie.

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