miércoles, 30 de diciembre de 2009

Jesusa Alonso

Jesusa Alonso sólo pudo amar a un hombre.
Fue, el suyo, un amor urgente,
de palabras con prisa,
de caricias secas,
De orgasmos ajenos.
Y demasiado rápidos.
Contra muros.
Sobre escarcha.
De frente,
Por la espalda.
Bajo estrellas
y a veces...
cubierta de lágrimas.

Jesusa no quiso a nadie más entre sus muslos,
hizo la promesa de ser célibe,
aceptó la regencia de un comercio
Y se preparó para ver a este hombre diariamente
sin poder odiarlo.

Ambos fueron envejeciendo.
Distantes.

Nunca, él, necesitó harina ni alpargatas.
Nunca le pidió perdón por los embustes ni por las trampas.
Todo lo contrario,
fanfarroneaba relatando
cómo la había desflorado
entre matojos
mientras calladamente rezaba.

Hablaba de ella como quien habla de una alimaña.

No alcanzaba a imaginar siquiera
que cada noche, Jesusa,
revisaba los recuerdos y los reinventaba
para que de este amor no le quedara
amargor ni rabia.

Mejoraba cada uno de sus recuerdos
para que el suyo no fuera
un amor cualquiera
con un hombre
que la dejó con las ganas.

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