miércoles, 30 de diciembre de 2009

Juan Pedro Alvarez

Juan Pedro Álvarez fue un joven demasiado serio,
amaba la sencillez de su oficio,
el tacto del fieltro,
los pigmentos,
el trabajo bien hecho.
En su taller pequeño
se sentía vivo
y eso era todo para Juan Pedro.

Nunca ambicionó saber a qué boda o entierro
irían sus sombreros.

Así era este joven demasiado serio,
demasiado melancólico
demasiado atento.
Así era este joven, casi viejo.
Así era hasta que se convirtió en alguien grotesco
y la risa se le soltó a ratos inciertos
y comenzaron a caérsele cuervos muertos
y le gritaban los gatos ciegos
y los peces le silbaban al caminar por senderos resecos
y así, Juan Pedro, se convirtió en el loco del pueblo
y así Juan pedro fue el destinatario de todas las miradas,
de todos los insultos,
de todas las pedradas
y ya nunca más le dejaron en paz.

Ni los niños, ni los perros.

No se habituaron a sus orines,
a sus canturreos,
a sus dientes negros.
Sólo se acostumbraron a tener a alguien
a quien arrancar la dignidad por completo.

Juan pedro Álvarez, el sombrerero,
un domingo cayó al suelo muerto.

Y todo el pueblo guardó silencio...

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