miércoles, 30 de diciembre de 2009

Josè Martìn

José Martín apalea a su animal con saña,
le clava varas de espino en el lomo
y sangra.
Sangra mientras trabaja,
mientras transporta tinajas con agua.

José Martín sólo se excita si es sanguinario.
Si castra gatos,
si descuartiza perros flacos,
si atiza golpes a sus asnos hasta reventarlos,
si los deja muertos,
muertos de tanto calvario.

Entonces sí.
Entonces logra el orgasmo.

No entiende por qué hasta el demonio
tiembla al oír sus pasos.

Se alistó en el ejército
y fue, de todos los soldados,
el más inhumano.

Nunca sintió piedad por los niños,
ni por las mujeres,
ni por los ancianos,
ni por los hombres desarmados.

Todo lo contrario.

José Martín transpira odio,
odio suficiente para llenar un establo.
Con sus belfos sedientos busca víctimas
hasta degollarlas.
En guerras o en tabernas.
En la calle o en iglesias.

José Martín, de aguador a soldado,
de soldado a mercenario.

Siempre matando.

Tu sexo, desobediente,
se excita sólo derramando sangre.

Tu sexo es minúsculo,
tan insignificante como tu cerebro,
tan pequeño como tus remordimientos.

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