La ciudad calla
cuando Leonardo,
en medio de las avenidas,
lanza sables, antorchas y cuchillos incendiados.
45 segundos de espectáculo ámbar o rojo.
Leonardo tiene el rostro quemado.
Marcas de fuego
sobre los párpados, hinchados,
sobre los labios, deformados,
sobre las orejas.
Sin pestañas.
Sin cejas.
Leonardo asusta a los niños
Porque la piel se le agrieta,
se le rompe si parpadea.
Es tan horrible tenerlo cerca,
sobre zancos o triciclos,
lanzando fuego al aire
que algunos conductores no lo soportan
y cierran, como los niños, los ojos,
y los mantienen apretados
cuando llama a las ventanas
con la gorra en la mano.
Entonces rezan,
imploran al dios de los semáforos,
para que se ponga rojo
y puedan acelerar
y marcharse lejos,
lejos de aquel joven
que mira sin rencor
y sonríe, a pesar de que al hacerlo,
la cara le revienta
y el dolor de una sonrisa
le recuerda su indigencia.
miércoles, 30 de diciembre de 2009
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El duro sentir de quién vive bajo las estrellas.
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