miércoles, 30 de diciembre de 2009

Francisco Gòmez

Francisco Gómez también fue niño,
un alarido dio el portazo que sepultó su infancia.
Mientras los pájaros esputaron su voz de incendio
a él se le quemaron los ojos.

Lo último que vio:
Humo,
ardor,
pánico
..... metralla.

Francisco Gómez
desde entonces,
guardó todas las miradas
y dejándose guiar por el tacto
dibujó el plano exacto de sus pasos.

Francisco Gómez
no quiso, de la vida,
otra cosa que no fuera su oficio;
las campanas le ofrecieron plegarias
y él las aceptó
para que el sosiego no le llevara a la niñez
y le golpeara en los párpados..

Francisco Gómez odiaba el silencio,
por eso, días concretos,
repicaba las campanas
como un loco,
para no decir nada,
para no escuchar de sí mismo
la melodía nítida de su niñez quemada.

Porque esos días concretos
de nieve y de frío,
esos días en los que el viento se ha ido
sin hacer ruido,
a Francisco Gómez
se le abría, sin quererlo,
las puertas de la infancia
y el miedo entraba a dentelladas
para abrasarlo todo
como en una batalla
donde el enemigo no es otro
que un triste y ciego fantasma.

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