miércoles, 30 de diciembre de 2009

Francisca Santos

Francisca Santos ejercía su oficio
con el delantal eternamente limpio.
No tuvo maestra,
aprendió de sorpresa,
como si fuera su destino
la siembra de niños
entregados a la pobreza.
Francisca santos recibía maíz a cambio,
escasas cantidades que apenas conseguían
disimular los aullidos del hambre.

Francisca Santos, partera oficial en harapos,
madre de todas las madres,
remendadora de entrañas,
entre sus manos la vida,
resbalaba descalza.

Francisca Santos ignoraba sus huesos triturados
cuando las criaturas emergían entre los muslos manchados.
Ignoraba su vejez a destiempo
cuando limpiaba los cuerpos,
cuando sepultaba placentas,
cuando invocaba a los muertos
cuando rezaba a dioses que alguien inventa.

A Francisca Santos, partera oficial en andrajos
sólo un niño se le cayó de los brazos,
un niño bastardo,
un niño llovido del cielo,
un niño de harina y de limosna,
un niño sin insomnio.

Se le cayó a Francisca Santos,
se le cayó sin hacer ruido,
se le cayó el niño.
El hijo esperado.

Desde entonces, Francisca Santos
reza cuando atiende los partos,
trata de no hacer caso a los presagios,
trata de no recordar el horror de sus brazos huecos,
el horror del niño en el suelo,
el espanto de su único hijo.

Muerto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario