miércoles, 30 de diciembre de 2009

Benita Iglesìas

Benita Iglesias no sabe cuando llegó ahí.
Tiene los recuerdos secos, como sangre coagulada con el tiempo.
Sus padres le abandonaron en aquel infierno
partiendo todo su amor en pedazos,
tirando los trozos a las bestias.

Desapareciendo.

Benita Iglesias no canta, sólo blasfema.
Benita Iglesias se mueve en la cocina lenta, inmensa,
en aquel paraíso del que nunca será propietaria
sus pasos son los de una reina.

Benita Iglesias carga, agarrado a su falda,
Un niño con olor a meada,
un niño que lleva entre las caries todas las carencias.
Pero de esto, Benita, no sabe nada.
De esto, Benita, no quiere saber nada.

Benita Iglesias ha olvidado cuando puso a hervir el odio.
O quizá sí lo sabe,
quizá aquel remoto día de viaje largo, de lágrimas ocultas.
Si, quizá el día primero que pisó el infierno
puso todo su odio a hervir en el puchero.

Benita Iglesias es una mujer sin coraje.
No se atreve a querer al hijo que la reclama,
Prefiere desoir los llamados de la ternura,
Prefiere el olor a cebolla, a fritanga,
prefiere convertirlo todo en ceniza
antes que abrazar a ese hijo sin padre,
antes que estrenar un amor sincero.

A Benita Iglesias poco le importan
ni sus mocos,
ni sus llantos.
Os juro que no le importa.

Aunque, una vez, al verlo dormir
en el suelo, sucio,
se le arrodilló el alma
y pareció, entonces,
os lo juro,
que aquel niño le importaba.

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