Elvira, la pobreza entró en tu casa
sin llamar a la puerta.
Recorrió cada una de sus estancias,
cada una de tus pertenencias
y te sacó a empujones de ella
cubierta de mugre, piojos y eccemas.
Elvira, fuiste sirvienta,
pero empezaron las ofertas a la baja.
Aún más bajas.
De balde.
Y te encontraste, por la competencia
sin casa y sin paga.
Y no supiste adonde ir.
Y te avergonzaron los zapatos rotos,
los andrajos,
te avergonzó tener dos manos
y que nadie quisiera contratarlas,
por sucias y por caras.
Pero la necesidad puede más que la vergüenza.
Así que por la noche
olfateas la basura,
restos de bocadillo
o con un poco de suerte
alguna lata con botulismo.
Elvira, miras a ambos lados,
te observan,
también tienen hambre.
Y con el hambre no se juega.
Tienen hambre, Elvira..
Demasiados hambres,
demasiadas noches,
demasiadas Elviras
aguardan en esta ciudad con nombre.
miércoles, 30 de diciembre de 2009
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