miércoles, 30 de diciembre de 2009

Marìa Expòsito

María Expósito nunca fue propietaria de cucharas repletas,
fue dueña de todos los horrores con los que la pobreza obsequia,
fue madre pero madre harapienta.

Condenada a vivir sin armisticios
no miró dormir a sus hijos
y se alejó goteando su jornal y su decencia.

Deshilachadas alpargatas arrastran tristezas,
sucio el delantal de impotencia
y el llanto azul de los niños
que la persiguen presagiando soledades y miseria.

María Expósito aprendió a hacer con su dolor remiendos,
aprendió a no dormir por temor a los deseos
aprendió a sollozar en secreto
aprendió que si el amor puede arrancarse de cuajo
también el recuerdo
y experta en ausencias
ofreció sus senos espléndidos
a quien quisiera dar, a cambio de leche,
un jergón, una hogaza de pan seco
y silencio.

María Expósito amamantó a niños risueños.
Quiso quererlos
pero le lastimaba el territorio que pertenecía a otros dueños.
Mientras alimentaba hijos ajenos
ella viajaba lejos,
allá donde otros niños apuestan por su regreso.
Después, con el bebé satisfecho,
guardaba los pechos,
las canciones,
los sueños.

María expósito murió una tarde de invierno.
Murió con los pechos resecos,
con su dolor completo.
Murió sin decir nada,
ni un solo niño rico agradeció el alimento a esta mujer callada,
ni un solo niño rico la reconoció mendigando, anciana.

María expósito murió aquella tarde helada,
vestida sin pulcritud,
con su muerte solitaria.
María expósito, una mujer entre tantas.

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