miércoles, 30 de diciembre de 2009

Antonio Soriano

Antonio Soriano nació recorriendo letras al galope.
Aprendió pronto que sólo se es libre leyendo
y para no convertirse en preso
hizo de los libros, oficio.

Antonio Soriano tuvo siempre en sus estantes
sitio para todos,
incluso los prohibidos.
Antonio asumió que más temprano que tarde
llegarían las amenazas empuñando la cruz y el sable,
llegarían las calumnias a derribar la inteligencia con sus pezuñas,
llegaría, borracha, la ignorancia
mostrando orgullosa sus pústulas...

Antonio Soriano temía ese momento
pero no hizo nada por evitarlo.

Todo lo contrario.

La libertad fue su único precepto
y por esto no quiso poner límites
ni a los libros
ni a los poetas.

Cualquiera que llamara a su puerta
tenía pan y escritos clandestinos.

A Antonio Soriano una madrugada
le despertó el olor a quemado.
Supo entonces que los presagios se estaban cumpliendo,
que había llegado su fin,
que no habría un después sin tinta ni papel.

Entonces ahuecó la almohada,
estiró las sábanas,
se quitó el pijama
(quería que la muerte lo encontrara
en pelotas para avergonzarla)
y se acurrucó en el lado izquierdo de la cama.

Murió de asfixia Antonio Soriano.
Murió chamuscado por la intolerancia,
murió aquel día
y nosotros con él.

Aunque convenga
que lo vayamos olvidando.

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