miércoles, 30 de diciembre de 2009

Agustìn Serrano

Agustín Serrano era viejo desde hacía tiempo.
La vida le atropelló el cuerpo
Dejándole como recuerdo sólo mal genio.
Fue un hombre sin mujeres.
Sin amigos.
Fue un hombre de apretadas palabras,
Acaso tres o cuatro blasfemias
Dichas sin miramientos.

Agustín Serrano era pastor,
Un buen pastor
De los de antaño.
Su única herramienta: un perro.

Agustín Serrano despertó una mañana
Sin ladridos risueños,
Vio que no muy lejos
estaba su perro cubierto de escarcha,
vio que la ausencia anidaba en sus ojos.
Lo vio tan sin luz
que aceptó que había muerto.

Murió aquella noche de relente
sin avisar a su dueño.

Y ya no había quien ladrara.
Y ya no había quien lo mirara obediente.
Y ya no había quien lo amara
como este perro amaba a Agustín
desde el día que lo encontró
roto por los palos,
flaco por el hambre.

Agustín Serrano no pudo arrojarlo
como a tantos otros, al barranco,
no lo dejó pudriéndose bajo un árbol,
no permitió que lo devoraran los buitres ni las hormigas.
Buscó el lugar más cálido
y lo sepultó en una tumba con sol permanente.

Después se puso a llorar
y por primera vez
dijo en voz alta su nombre.

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